María Inmaculada es signo de la totalidad del amor: del amor de Dios que llega a la plenitud y del amor de una mujer que ha escuchado de verdad la palabra de Dios y la ha acogido como la única fuente de vida.
Si María, la esclava del Señor, se hiciera presente hoy:
• Nos llevaría hasta Nazaret, la pequeña aldea en la que Dios dejó oír su
voz. Nos animaría a estar atentos para poder escuchar. Nos diría que es
necesario percibir desde el interior, despojándonos de la superficialidad
que nos envuelve.
• Preguntaría qué entendemos cada uno de nosotros por «disponibilidad
». Es una palabra molesta, diría, porque implica atención constante
al paso imprevisible de Dios. Por ejemplo, a mí me fue anunciado mi
hijo como «grande» e «hijo del Altísimo» y tuve ante mí a un débil niño
recostado en un pesebre. Además, continuaría diciendo María, «disponibilidad
» es aceptar que Dios puede hacer maravillas con nuestra pobreza,
y entregársela sin horarios ni «días de fiesta», acogiendo como
mensajeros suyos a los pobres y heridos de la tierra.
• Nos contaría cómo Dios irrumpió en su vida, cómo alteró súbitamente
sus planes. Querría saber si descubrimos al Señor en las «sorpresas» que nos depara la existencia, y cómo reaccionamos cuando viene a alterar
nuestros proyectos, nuestras previsiones.
• Nos hablaría de la elección de Dios, de sus criterios. Nos diría que él
muestra su preferencia por los pobres, los humildes, los sencillos. Nos
invitaría a pensar de qué personas nos rodeamos, a quiénes elegimos
como amigos, a qué circunstancias damos preferencia.
• Risueña, recordaría las primeras palabras del ángel: «Alégrate». Nos diría
que la fe no puede vivirse con cara de amargura ni con un corazón en
permanente duelo, porque acoger a Dios pone en nuestras vidas alegría
y vuelve nuestro rostro radiante.